El currículo es esa gran caja, cajón, recipiente, también pesebre, en el que se ha ido colocando aquello que los niños deben aprender a lo largo de la escolaridad obligatoria. Siguiendo la denominación oficial, allí están depositados los objetivos, los contenidos, la metodología, las competencias claves, los estándares de aprendizaje evaluables y los criterios de evaluación. Dicho así, suena a lo que es: algo repelente y aburrido. Y es así porque nos lleva a perdemos en distingos que resultan difícil de entender y de aplicar y que, además, nos desvía de lo que interesa.
La gran pregunta es: ¿Cuáles son los aprendizajes fundamentales que todos los alumnos deben conseguir?. Se supone que el currículo escolar es la respuesta a esa pregunta. Ahora bien, ¿de qué sirven los objetivos, contenidos, metodología y demás elementos del currículo si se pierde de vista esta pregunta?.
César Coll hace una distinción muy oportuna e interesante entre “aprendizajes básicos imprescindibles” y “aprendizajes básicos deseables”. Los primeros son aquellos que condicionan el desarrollo posterior y que es difícil de adquirir con posterioridad, (el grano), mientras que los segundos son los aprendizajes que contribuyen, pero no condicionan, el desarrollo posterior y, además, se pueden adquirir en cualquier momento, son fácilmente recuperables, (la paja). En ese sentido los aprendizajes básicos imprescindibles pueden ser consensuados y aceptados por todos, mientras que los aprendizajes básicos deseables son subjetivos y dependen de la ideología, de la forma de entender la educación que tenga el gobierno de turno.
Según eso, a nivel conceptual, la respuesta a la gran pregunta sería esa: todos los alumnos deben conseguir los aprendizajes básicos imprescindibles.
El problema surge cuando se pretende llevar a la práctica, es decir, cuando se tiene que decidir cuáles son los aprendizajes básicos imprescindibles y diferenciarlos de la otra categoría de aprendizajes básicos: los deseables.
En un período de 43 años se han aprobado ocho leyes orgánicas: LGE (1970), LOECE (1980), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995), LOCE (2003), LOE (2006) y LOMCE (2013) y en cinco de ellas se introdujeron nuevos elementos y contenidos en el currículo. Es decir, en cinco ocasiones, el gobierno de turno, ampliaba y aumentaba, sin sacar nada, el currículo. Con esa dinámica se ha llegado a una situación difícil de sostener: tenemos un currículo escolar demasiado extenso, incluso inabarcable, en el que no se discrimina lo importante de lo accesorio. Todo está mezclado: la paja y el grano. Y así hemos llegado a tener un pesebre demasiado lleno y revuelto.
Podemos imaginar el proceso, algo esquizofrénico, que se vive en cualquier colegio de Educación Primaria o instituto de Educación Secundaria: deben elaborar lo que se denomina la Propuesta pedagógica del centro, en la que, sin entrar en mucho detalle, tienen que adaptar el currículo oficial a la realidad del centro. Así pues, los docentes se ponen a la tarea y adaptan los objetivos generales, organizan los contenidos, establecen la metodología, secuencian los estándares de aprendizaje evaluables a lo largo de la etapa educativa y los distribuyen entre las distintas competencias claves asignándoles una ponderación determinada… ¡Un esfuerzo ímprobo que, al final, no sirve para nada!. Son los libros de texto que se han implantado en el centro los que, en la práctica, definen la Propuesta Pedagógica del centro que, con seguridad, no se parece en nada a la que ha elaborado el equipo educativo del centro.
Una ceremonia del sinsentido: se exige que un claustro de profesores se esfuerce y elabore una Propuesta Pedagógica para que, al final, se aplique otra muy distinta que ha diseñado una editorial.
Desde esta situación cobra más importancia intentar responder a la pregunta inicial y tratar de establecer los aprendizajes básicos imprescindibles que deben conseguir todos los alumnos. Para ello, creo que habría que aprovechar la ocasión y elaborar un nuevo currículo escolar, que establezca los aprendizajes básicos imprescindibles, y que sea una parte del gran pacto educativo que todos demandamos, y que nadie sabe cuándo caerá del limbo político que unos y otros nos prometen en cada campaña electoral.
Para terminar, la imagen del pesebre que se trae a esta reflexión no se debe a la consideración que yo tenga de los alumnos, ¡en absoluto!; se trae, tal como se ha descrito, por la forma de proceder de la Administración para elaborar el currículo escolar.
Qué complicado, querido Antonio, saber cuáles son esos aprendizajes básicos imprescindibles. Parece ser que eso lo están determinando intereses extrapedagógicos y como muchas otras cuestiones en la actualidad.Eso que antes llamábamos SENTIDO COMÚN que se ha ido de vacaciones, una pena.
ResponderEliminarSí, Carmen, es muy complicado. Pero merece la pena utilizar el "sentido común" en esa dirección, porque así se contrarrestan esos intereses que mencionas.
EliminarLa solución vendría con profesionales de la Educación, aquellos que han pateado la enseñanza y la aman verdaderamente.Conocen bien la realidad educativa.Estos son los que deben elaborar el currículo y no la política de turno a la que no le interesa la Educación de su país.En una palabra, gente tan profesional como tú.
ResponderEliminarGracias por el comentario y por la buena opinión que tienes de mi. Un abrazo.
EliminarMuy de acuerdo, Antonio. No dejes de hacer estas aportaciones tan atinadas.
ResponderEliminarMuy de acuerdo, Antonio. No dejes de hacer estas aportaciones tan atinadas.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
ResponderEliminarNo sobra ni una coma.
ResponderEliminarFalta aterrizar a lo concreto y dejar de "llenar de paja" para que parezca que hay más...
Estupendo artículo