7 may 2016

El experimento del punto negro


El experimento del punto negro
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En algún sitio me contaron una experiencia interesante que, con facilidad, se puede repetir en cualquier escuela o instituto. Yo lo he podido comprobar. Consiste en que un buen día,  un profesor llegue a clase y anuncie a sus alumnos que les va a poner un examen sorpresa. Lógicamente, los alumnos manifestarán su desacuerdo con esa decisión, a la vez que, con seguridad, expresarán su disgusto con un examen que no esperan y que no ha sido programado con antelación. Una vez recuperada la calma en la clase se les entrega la hoja del examen vuelta hacia abajo, con el encargo de que no deben girar la hoja hasta que no se les indique. De esa forma, cuando todos los alumnos tienen su hoja en la mesa, se les dice que pueden girar la hoja, leer las instrucciones y hacer el examen.


Normalmente se sorprenden porque se encuentran con una hoja en blanco que tiene un punto negro en el centro y una pequeña presentación donde se les pide que, durante unos minutos, escriban sobre lo que ven en esa hoja.
Pasado el tiempo señalado se recogen todos los exámenes y se procede a leer en voz alta lo que ha redactado cada alumno.  
Resulta interesante comprobar que todas las descripciones se refieren al punto negro del centro de la hoja... ¡y nadie habla del gran espacio blanco que rodea al punto!.
Es curioso y, además, real como la vida misma.
Nos pasamos la vida viendo puntos negros a nuestro alrededor; es como si sintiésemos una atracción fatal que nos hace ver solo el punto negro de cada persona que se acerca a nuestra vida, sin ser capaces de valorar todo el espacio positivo y blanco que lo rodea.
Los que nos dedicamos a esto de la educación tenemos más acentuada esa tendencia y, por ello, vivimos obsesionados por ver, analizar y poner de manifiesto las debilidades, los puntos negros de nuestros alumnos. No nos cansamos nunca de ver y de constatar sus fallos. Es como si quisiéramos justificar nuestra existencia resaltando el lado negativo de nuestros alumnos.  Todas las personas buscamos, de muchas formas distintas, el reconocimiento de los demás. Necesitamos sentirnos valiosos, con cualidades y con aspectos positivos ante los otros; de forma que, esa necesidad, constituye el motor que nos empuja a las personas a hacer la mayor parte de las cosas que hacemos.  Si eso es así, ¿por qué nos empeñamos tanto en resaltar, una y otra vez, el punto negro de nuestros alumnos?
A este respecto suelo contar la anécdota de un alumno mío que  estudiaba primero de la ESO, con pobres resultados, y que se comprometió conmigo, porque era su tutor,  a mejorar su trabajo en clase, en todas las asignaturas. Así lo  intentó con todas sus fuerzas. Recuerdo que, ese primer día, tuve clase a primera hora con él y le  felicité por lo bien que había trabajado, luego tuvo otras clases... pues bien, en la quinta hora tuvo un incidente con un compañero  y eso  le supuso “un parte” del profesor que le daba clase... Lo único que se registró por escrito, de ese alumno, en ese día, es que tuvo un fallo en la quinta hora; es decir, después de una larga mañana intentando hacer las cosas bien, se resalta solamente el error del alumno, ¿por qué nadie se  tomó la molestia de  registrar que ese mismo alumno  había trabajado bien las cuatro horas anteriores?. El sistema educativo tiene establecido un mecanismo para controlar y sancionar  los malos comportamientos, las malas conductas,... pero no tiene asignado ningún procedimiento para poner de manifiesto que un alumno hace bien su trabajo.
Quería empezar mis colaboraciones en esta web así, con una invitación a ampliar y mejorar la forma de ver a los otros.

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